Dream as if you´ll live forever. Live as if you´ll die today.

lunes, 19 de septiembre de 2011

La llamé "mi habitación".

Me dijeron que esperar era la mejor solución. Me senté en la única silla que había en esa sala de espera. Cogí mi libro y me puse a leer. No conseguía engancharme a la historia. Tenía ya demasiadas en mi mente como para ocuparme de otra más. Daba vueltas por aquella sala. Era fría, oscura, no parecía que pasara el tiempo mientras yo estaba en ella. Se hacía todo pesado, muy lento. Había una ventana con una cortina antigua, horrorosa a mi forma de ver. Abrí la ventana para husmear y para despejar la mente, o al menos intentarlo. Vi gente pasar por la calle, cada uno con su historia por delante. Me detuve a mirar a todas las personas que pasaban, las observaba, imaginaba como eran sus vidas, creaba una historia más allá de lo que mis ojos me permitían ver. Era fascinante. Lo había conseguido, había podido relajarme y despejar mi mente. Me sentía mejor. Decidí cerrar la  ventana y volver a sentarme. El viento de la calle había hecho que cogiera algo de frío. Y volví a encerrarme en aquella sala de espera, sentada en la silla y mirando fijamente al cuadro que había colgado en la pared. No me transmitía absolutamente nada, lo veía vacío, sin alma, sin luz, sin sentimiento alguno. Y entonces comprendí porque estaba allí colgado. El cuadro era un reflejo de aquella habitación. Y a mí cada vez se me hacía más pequeña. Deseaba salir de allí y poder pasear por la calle como lo hacían aquellas personas que observaba desde la ventana. No podía. Y cada vez sentía más agobio, sentía que las paredes empezaban a menguar y que se hacían tan pequeñas que en algún momento serían capaces de arrollarme sin ninguna pena. Quise llorar hasta quedarme sin ganas de ello. Quise hacerlo sin parar, hasta verme reflejada en el charco de lágrimas que yo misma había producido. Miraba a todos lados, no veía un cobijo dentro de esas cuatro paredes. Sentía que estaba allí metida por algo, no importaba el por qué. Lo único que importaba es que no iba a salir de allí nunca. Nadie vendría a buscarme. Nadie me echaría de menos. Nadie lamentaría mi pérdida. Y entonces esa sala de espera cambió su nombre. Dejé de esperar a alguien o a algo. Dejé de esperar. La espera había acabado. Comprendí que ese iba a ser mi único cobijo. Mi habitación.  La habitación en la que dedicaría mis últimos años de vida. 

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