Contorno
de pieles aquejadas en este murmullo que nos hace pasar la vida. Contorno de
circunstancias que circulan durante los días que vinieron a salvar a las
palabras. El contorno de su boca. De los besos que se multiplicaron durante décimas de
segundo. El contorno del instante que crearon cuando se creyeron ser los héroes del
universo. Todo en aquel instante. Él, que tuvo el poder de sus sensaciones,
erizando su bello, pensando en ser más justo consigo mismo. Ella, que supo
distinguir los días en los que abrazar no fuera en cierto modo algo complicado.
Dibujando siluetas sin pensar. Dibujando las veces que se dijeron al oído que
todo estaba bien. Fueron aquellos días en los que una pequeña mujer
se hizo grande al respirar del mismo aire que su compañero de
viaje. Fueron aquellos días en los que Madrid vino a salvar a la distancia. Y el cielo bajó a mojar
rostros de finita ilusión. Finita porque sería arrebatada en una estación. El adiós, el
abrazo y el beso cargados de infinita impotencia. Así fue
como el contorno de esos días en los que fueron amantes se contrajo al tener que perder el aliento
en un último beso. Aunque afortunadamente aquellos amantes tendrían la
certeza de que les esperaba un mundo de recorrido y de contornos que dibujar.
De espaldas que suplir. De manos contra manos. De sudor y calor yaciendo entre
los rayos que entrarían por esa ventana. Y así fue como la
naturaleza hizo su trabajo al no poner a la certeza y a la duda como compañeras de
este guión. Tan sencillo que no sería
necesario escribirlo ni expresarlo, no habría tiempo de sucumbir las leyes del
conformismo. Soñarían despiertos y serían únicamente ellos los que tendrían el poder en sus palabras para
contar su historia. La historia de dos amantes que se prometieron soñar despiertos por algún tiempo.
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