Una llamada y el mundo se viene abajo. Una llamada y se derraman infinitas lágrimas. Una sola llamada y algo en ti también muere con él. Las arterias lo han querido de esta forma tan injusta, pero es así hay que aceptarlo. Sin ningún motivo, han dejado tan rápido un hueco inmenso. Dejando a mucha gente atrás sin su resguardo, sin su afecto o cariño, sin su presencia. Temo que pase algo así parecido dentro de mi círculo familiar, que me llamen un día y que me ocurra lo mismo. Que me derrumbe, que no pueda apenas hablar, que se me atraganten las lágrimas y que sienta al mismo tiempo una tremenda impotencia. Temo mucho a la muerte y a sus decisiones. Un infarto es así, te sientes un poco mal después de comer, te acuestas un rato y ya nunca más te despiertas, o bien sales de tu casa con tu hijo, estás esperando al ascensor y te derrumbas allí, siendo tu hijo el que te tiene que sujetar para que no te caigas, pero ya es tarde, ya no se puede hacer nada, o bien te estás arreglando para ir a cuidar a tu nieto y sin ningún motivo te quedas a la mitad y al cabo de media hora entra en tu casa tu hijo asustado por si te había pasado algo y te encuentra allí, tirada en el suelo… Y así historia tras historia… Todas ocurridas sin haber tenido la oportunidad de haber dicho un simple “adiós”. Nada. No les han dejado tener la libertad de poder despedirse. Al menos no sufres, pero eso no compensa… Preferirían haberse despedido antes. Y los que se quedan aquí, yendo a los tanatorios, comprando flores que luego dejan sobre un cacho de madera, oyendo lo que fue o no fue esa persona en vida, dándose abrazos con gentes que han visto dos o tres veces como mucho en su vida… Y quedándose con el recuerdo de aquella persona que se ha ido, dejando un recuerdo en sus memorias… en su corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario