No tengo el coraje de
decir al cielo que no nos pertenecemos. No hay frío, ni calor. Solo decenas de
miradas bajo tierra que buscan saber dónde miras en este momento, porque sé que
mi presencia se evapora. Solo decenas de sonrisas atrapadas en mi boca que no
salieron, que saben que las tuyas pronuncian otros cuerpos. Muchos cuerpos.
Decenas y decenas de ese algo que me falta cada momento que, sin quererlo,
estas aquí. ¿Por qué? ¡No! Vete. O quédate. Es mejor que te vayas. Pero vuelve,
siempre, aunque sea para hacerme reír. A veces me pregunto cuando mis ojos te ven,
sobre el calor de tus pies bajo las sábanas que se acuestan dentro de esas
cuatro paredes. Sobre esos pies que rozan otros contiguos. Lo pienso, lo
imagino y finalmente lo idealizo. A veces observo tus andares, tu platónica sonrisa,
la gracia de tu existir. Y es que a veces también me pregunto cómo será tu
piel. Lo pienso, lo imagino, pero no lo idealizo; no sé si quiero saberlo. Tal
vez sí quiera, pero luego, olvidarlo al instante… Un momento… ¿Qué estoy
haciendo? ¿A dónde quiero llegar? ¡Para! Por favor, olvídalo. De repente otra
voz se oyó. La voz de mis días, la que está siempre a mi lado. La que debe estar.
Doy gracias a ese instinto que en lo más profundo paró el deseo de compartir
esta confusión contigo. Asique vete. Pero quédate, ni cerca, ni lejos. En esa
distancia que no se puede contabilizar, ahí estás tú.
No hay comentarios:
Publicar un comentario