Le quería. Fue sin querer. Y sin querer pasaron
los días. El tiempo le acercaba a él. A su aliento. A su piel. Y sin querer
descubrió qué decían sus ojos. Decían que nunca se habían muerto de amor. Y que
ése día era la primera vez que veían esa ráfaga de luz. Por fin veían luz. Fue
sin querer como esta niña se hizo mujer. Entre esas noches. Entre ese calor. Cada
día ella se despertaba en sus sábanas, sin quererlo a penas, para quererle más.
Para agarrarse a esa dulzura que él solía esconder. Tierna y frágil, él le hizo
ser una mujer fuerte, allá donde fuera. Se llamaba María y creía en algo. No
importaba cómo ni cuándo, pero no dejaba de creer en los dos. En esa magia que
sin querer una noche se encendió. Cada noche, María besaba su foto, la de esa
noche donde soplaron al viento y avivaron esa magia. Ella besaba y soplaba por
ellos. Él se llamaba Daniel.
Él.
Su primer, único y verdadero amor.
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